Los argumentos de quienes son partidarios de eliminar la jubilación privada, así como los discursos de los diputados y senadores que aprueban el monopolio estatal previsional, se convertirán, con el paso del tiempo, en uno de los tantos ejemplos históricos de la hipocresía argentina.
Es que todos saben que, hace apenas un año atrás, en un evidente error político del ex presidente Néstor Kirchner (estaba convencido de que los afiliados respaldarían a la administración estatal), más del 80% de la población laboralmente activa decidió adherir a las AFJP rechazando la opción del pase al sistema de reparto administrado por el Estado.
Cuando políticos, economistas, sindicalistas y otros sectores de la sociedad defienden la eliminación del sistema previsional que apoyó la gran mayoría del pueblo activo, promueven una directa violación a la voluntad individual en un tema que está relacionado, precisamente, con una decisión personal: la de decidir sobre la propia jubilación.
Argumentar que la administración estatal es la que responsablemente debería hacerse cargo de todas las jubilaciones de una población, es un tema sobre el que se puede llegar a estar de acuerdo o no, pero afirmar que el Estado Argentino sea más seguro que la administración privada en el tema previsional es un atentado a la inteligencia del argentino medio.
Para explicar mejor mi idea recurriré a una analogía: Podemos estar convencidos de que no hay nada mejor para el cuidado de un hijo menor que el estar con sus padres en la casa familiar. Pero, si hemos comprobado que en esa casa, una y otra vez, ese hijo es abusado y golpeado por sus propios padres, y así y todo, insistimos en afirmar esa postura, terminamos siendo cómplices de todo ese maltrato y copartícipe de los delitos que conlleva ese accionar. Es cabalgar sobre los deseos que mueve una ideología pero de espaldas a una dura y oscura realidad.
Por ello, casi todas las discusiones sobre el tema de las AFJP bordean el absurdo económico en el afán de manipular al otro. Si hay una verdadera convicción y comprobados argumentos de que los afiliados a las administraciones privadas han sido estafados o de que perderán todos sus ahorros, ¿no sería mucho más sencillo que, sin violar la propiedad privada de los futuros jubilados, se permitiera el libre traspaso entre los dos subsistemas? Esta pregunta se la hice a un funcionario del poder ejecutivo que conozco, el cual me respondió inmediatamente: "Imposible. Si se acepta nuevamente la libertad de elección se pasarían más los que están en el de reparto que los de las AFJP. La gente confía menos en el Estado que en el privado".
En su desesperación por capturar todos los fondos de las AFJP el gobierno le dijo a la población que ella es ignorante y que no se da cuenta de que la están estafando y que se quedará sin nada, de este modo le está comunicando, implícitamente, que su libre elección careció de validez. Esta afirmación encierra toda una paradoja: el Estado confirma su incapacidad de control –irrenunciable por su mismo sentido de existencia- al mismo tiempo que trata de vender la imagen de que es un mejor administrador que el privado en una nación cuyos sucesivos gobiernos se han hecho famosos por vivir echando mano de la plata del pueblo para atender sus constantes emergencias económicas y políticas.
¿Por qué entonces los legisladores aprueban una ley que saben que, seguramente, terminará con los ahorros de los futuros jubilados?
Todos saben que, de la misma manera que se avasallaron los derechos de propiedad adquiridos por los afiliados a las AFJP (entre ellos el de herencia), el gobierno doblegará todos los controles que se quieran arbitrar. De hecho, los KK se negaron al intento legislativo de modificar la ley para que no se permitiera al Estado utilizar esos ahorros.
Más allá de lo que se proclama a través de los discursos, todos saben que ese dinero desaparecerá rápidamente. Esta actitud de negación u ocultamiento puede llegar a entenderse desde la cofradía oficialista, que se ilusiona con que con esos fondos se evitará un nuevo default del país, pero ¿por qué una parte de los opositores la aprobaron con cambios sólo formales?
La respuesta la dieron los mismos legisladores: por ideología. La votaron porque dentro de su marco ideológico está contemplado que el Estado sea quien se hace cargo de la recaudación previsional pues, se supone, que éste es quien mejor puede cuidar de los valores de sus ciudadanos. La aprobaron porque llevaron la ideología al nivel de un dogma religioso, y un dogma no se discute, ni se razona, ni se cuestiona. De esta manera, arrasaron con uno de los derechos más preciados del individuo en las sociedades modernas: la capacidad de elegir libremente su destino.
Que un gobernador como el santafecino Hermes Binner –al que muchos independientes le tenían bastante fe en su proyección democrática – haya apoyado la iniciativa oficialista ignorando la clara voluntad popular, argumentando que "como socialista" no podía apoyar una administración previsional privada, es muy preocupante para la nación. Tiene ribetes angustiantes pensar que los socialistas argentinos se suban a su ideología para arrasar con las decisiones populares realizadas formalmente a derecho. Ya los peronistas han demostrado a través de su historia que hay libertades individuales que no tienen por qué tomarse demasiado en cuenta. Ahora, los socialistas, auto- denominados democráticos, también se hacen los distraídos con una de las esencias de una democracia: la libertad de poder elegir y el respeto a las decisiones que surgen de ese derecho.
LA HIPÓCRITA ASTUCIA DEL MARIDO
Hace muchos años (más de los que yo desearía), vi en el cine una tragicomedia italiana, de la que no recuerdo su nombre, y en la que, a diez minutos de iniciado el film, la protagonista femenina descubre la infidelidad de su marido en la propia habitación matrimonial de su casa: lo encuentra en la cama con otra mujer. Ante la aparición de su esposa, el hombre se levanta de la alcoba y con total naturalidad la saluda mientras que su amante se viste y se retira apresuradamente de la casa, sin decir palabra alguna.
Cuando la esposa reacciona airadamente, él se muestra muy sorprendido y niega la presencia de la otra mujer acusándola de imaginar todo eso. Poco después, al enterarse de lo sucedido, los amigos del marido lo increpan diciéndole que su postura en negar lo innegable va a enojar aún más a la esposa, y lo va a llevar a un seguro divorcio. El hombre rechaza esta hipótesis afirmando que ella tiene depositada una buena parte de su vida en él y que, en realidad, no querrá enfrentar esa frustración y un futuro totalmente incierto. Por lo tanto, si él mantiene su inocencia a toda costa, será el fuerte deseo de ella lo que hará el resto: terminará aceptando que lo mejor es creer en lo que él le dice.
Tanto sea por los comentarios despectivos como por las directas agresiones que los partidarios de este gobierno se refieren a los opositores (gorilas, idiotas útiles, oligarcas, cipayos, etcétera) queda muy en evidencia el temor a que, con la caída de los KK, vuelva a gobernar la derecha, retorne "el neoliberalismo" y se pierdan las subvenciones sociales, la unilateral política de derechos humanos, la supremacía sindical, el discurso nacional popular que los reivindica históricamente, y otros deseos con arraigos ideológicos, tanto políticos, como sociales y económicos.
Entonces, no importa que las evidencias de la corrupción oficial, y la de sus empresarios amigos, ya superan a las del mismo gobierno de Menem, que el enriquecimiento de los KK sea, no solo tan flagrante, sino también amparado por la justicia, que sus decisiones económicas y las estatizaciones sin sentido ahuyenten a los capitales, que ya se sepa que al país lo gobierna el desbordado marido de la presidenta, que se compruebe diariamente cómo se falsean descaradamente los índices del INDEC dejando al país sin fusibles para detectar los peligros, etcétera, etcétera …
No importa, porque la imperiosa necesidad de creer en un proyecto imaginado por ellos, los llevará a aceptar cualquier argumento que defienda esa idea, por inverosímil o irreal que sea.
Todo vale para evitar una nueva y dolorosa frustración, y enfrentar un futuro incierto. Un futuro que, además, será con una ideología diferente porque el sistema democrático funciona con la alternancia ideológica en el poder político y económico. Se trata de un hecho que, tarde o temprano, sucederá inexorablemente.
Enrico Udenio
Autor de "Corazón de derecha, discurso de izquierda", Ugerman Ed.(2004); y "La hipocresía argentina", Ed.DeLaRed, 2008.
9 de noviembre de 2008
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